Si no recuerdo mal, el último gran acuerdo entre PP y PSOE fue la apresurada reforma del artículo 135 de la Constitución, en septiembre de 2011, para incluir en el texto el principio de estabilidad presupuestaria y, por ello, un techo en el déficit estructural, o sea, en el gasto de todas las Administraciones del Estado. Fue un acuerdo exprés tanto en el contenido como en la forma: rápidamente acordaron ambos partidos que no habría referéndum.
Anuncian ahora que están cerca de llegar a un Pacto de Estado sobre Europa, para llevar una postura común a la próxima cumbre europea. Miedo me dan. Sobre todo porque el PP no necesita pactar nada de nada, salvo que al hilo de este pacto se acuerden en voz baja posturas comunes en otros asuntos feos y/o peligrosos para ambos: do ut des.
Sea así o no, otra vez están los dos partidos solitos, dejando fuera a los demás, a los que invitarán después a sumarse. Y otra vez acordando asuntos relacionados con Europa (la reforma del 135 no fue sino para agradar a nuestros jefes europeos, Merkel a la cabeza). Esa Europa que no tiene mayor reparo en machacar a los PIGS (aumentado ahora el grupo con Italia y Chipre), a las economías más débiles, convirtiéndonos en mano de obra barata para servicios baratos. La Europa que antepone los intereses del sistema al de los ciudadanos. La que mira por encima del hombro la pobreza ajena. ¿Será el Pacto un acuerdo para plantarse? Pues probablemente no. Será, me temo, para pedir árnica o simplemente para dar la impresión de que algo hacen.
En cualquier caso, mucho me temo que, si hay acuerdo finalmente entre el invisible Rajoy y el persistente Rubalcaba, irán a Europa a decir cositas, pero volverán diciendo que les han puesto las peras al cuarto. Como en aquellas películas que se hacían dobles versiones, una para consumo interno y otra para el exterior.
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