Alemania salió derrotada de las dos guerras mundiales no solo militarmente, sino económica y moralmente (sobre todo de la segunda) y tuvo que asumir duras sanciones: enormes compensaciones económicas y, quizá lo mas doloroso para los alemanes, la división en dos de su país. Dos Alemanias, dos Estados, dos economías, dos sistemas políticos, sí, pero para la gente familias, amistades y sentimientos (y orgullo nacional) rotos.
La caída del muro en noviembre del 89 y la reunificación de Alemania en el 90 cerró muchas heridas, sin duda, pero abrió la caja de los truenos dentro y fuera de Alemania: si la factura económica de la reunificación la pagó la Alemania del Oeste, la factura política y social la pagó con creces (y en parte aún la sigue pagando) la Alemania del Este. La reunificación ha devuelto a los alemanes la Gran Alemania pero todo apunta a que la factura final, no de la unificación, sino de la equiparación entre el Este y el Oeste, la vamos a pagar los demás países europeos. Que las políticas monetarias en la UE que dicta Alemania (la Canciller Merkel y quienes bailan con ella) tienen como finalidad salvar y proteger a los bancos alemanes ya no es un secreto para nadie.
Las consecuencias de esas políticas en los países con economías (y gobiernos) más débiles están siendo brutales. Y por más que se quieran enmascarar como políticas de la Unión, es obvio que están siendo inspiradas, si no impuestas, por los ortodoxos neoliberales alemanes. Tan obvio como que empieza a ser lugar común el sentimiento antialemán al menos en el sur de Europa. No sé cuánta historia sabe Frau Merkel, pero debería repasar qué ha venido pasando en Europa (y en Alemania) desde 1870.
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