Muy perspicazmente, Ulrich Beck llamó categorías zombies (o conceptos zombies) a esas ideas que actúan hoy como muertas vivientes, que parecen vivas y sin embargo están definitivamente muertas. Nietzsche, más elegantemente, hablaba de monedas que han perdido su troquelado, su condición de metáfora -su verdad-.
Viene esto a cuento de que cuanto más se extiende esta mezcla actual de liberalismo y conservadurismo -de liberalismo misionero, de fundamentalismo neoliberal-; cuanto más se va asumiendo en el imaginario y menos resistencias encuentra entre los ciudadanos, más intempestivo y extemporáneo me siento, más en minoría, más fuera de lugar: en offside/off time. Hablar hoy de Izquierda, de Socialismo (sin vías, ni renuncias metodológicas), de Libertad (sin apellidos, en singular y en mayúscula), de Igualdad (sin llevarla a la planta de rebajas y de oportunidades), de Lucha de clases, etc. es como hablar en un idioma desconocido: un galimatías alienígena, un jeroglífico extraterrestre. Decir que soy un obrero es como decir que soy de otro planeta.
Suerte que Hume y Ortega -entre otros contertulios muertos y tan vivos- me vacunaron contra el desánimo y, sobre todo, contra las aparentes evidencias (tan utópicas, tan nocivas, tan planas). Así que aquí estoy, viviendo a la Münchhausen y entendiendo con deportividad que los zombies tienen la enorme ventaja (ya quisiéramos los vivos) de que no pueden ser matados, o sea, que son sobremortales. Y las monedas gastadas a veces son las joyas más valiosas de la colección. Mientras, seguiré preguntando a ver si alguien me explica por qué a las relaciones laborales se las llama mercado laboral.
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