El anuncio de la dimisión del Papa (de la renuncia: he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado -ut incapacitatem meam ad ministerium mihi commissum bene administrandum agnoscere debeam-), además de la sorpresa en la calle y el revuelo mediático que ha provocado, hace inevitables las comparaciones. En broma o en serio, el comentario general ha sido el mismo: ya podían tomar nota el Rey y Rajoy (entre otros).
El ciudadano Borbón y Borbón, Jefe del Estado, no está en su mejor momento, no. Sus problemas de salud, familiares y de aceptación popular son evidentes, y los comentarios sobre la conveniencia de su abdicación, constantes en los medios y en la calle. Ya empiezan a ser habituales las pitadas sonoras en cuanto aparece en actos deportivos, por ejemplo. Encima, la Reina Beatriz de Holanda -de su misma edad- anuncia que abdica en su hijo. Y ahora el Papa. Que la frase del comunicado de Ratzinger podría decirla el Borbón es evidente para cada vez más gente.
Y del invisible Rajoy (que ya no entiende ni su letra), qué decir. Tampoco parece que esté en su mejor momento ni como Presidente del Gobierno ni como Presidente del Partido Popular. Que las fotocopias atribuidas a Bárcenas están minando la confianza de los suyos, es claro; que hay todo un movimiento desde dentro para desalojarle, parece igual de claro; que la publicación de sus declaraciones de renta y patrimonio (y los comentarios y análisis que han generado), para dar sensación de transparencia, se le han vuelto en su contra es también claro. Y la frase del dimisionario Benedictus XVI sin duda también le cuadraría al invisible, tanto como al incombustible Rubalcaba.
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