Ya está publicado el Barómetro del CIS del mes de abril y no nos trae novedades: que todos los políticos, todos los partidos y prácticamente todas las Instituciones suspenden estrepitosamente; que la mayor preocupación de los ciudadanos es el paro, la segunda la situación económica y la tercera la corrupción; que Rajoy inspira poca o ninguna confianza al 85.6%, y Rubalcaba al 89.7%; que el 68.5% cree que el gobierno del PP lo está haciendo mal o muy mal, y el 71.1% que la oposición que está haciendo el PSOE es mala o muy mala; que el tertuliano/Ministro de Educación Wert sigue siendo el peor valorado y sigue bajando: si en febrero le daban un raquítico 1.95, en este de abril se queda en un ridículo 1.76, lejísimos de la excelencia del 10. Insisto, nada nuevo.
Todos sabemos, porque la vivimos, que la situación actual es mala y sospechamos que el futuro próximo no será mejor que este presente. Sabemos que los culpables, los verdaderos culpables de la crisis y de la situación que nos agobia y nos empobrece son los mecanismos del capitalismo desregularizado y especulativo. Eso que venimos llamando fundamentalismo neoliberal. Pero el CIS no pregunta por esas groserías: pregunta por los títeres, pero no por los titiriteros.
Plegados los títeres a los dictados de los titiriteros, repitiendo la cantinela de que no hay otra política posible, recortan todo, menos los hilos que les mueven. Ésa es la la desconfianza que se muestra: la sospecha de que más que ineptos, son cómplices. Algunos, alevósamente cómplices, colaboracionistas convencidos o asimilados que saben perfectamente lo que hacen. El problema es que esa quiebra de confianza nos pone entre lo malo y lo peor: o esos políticos reprochados o los tecnócratas del propio sistema.
Plegados los títeres a los dictados de los titiriteros, repitiendo la cantinela de que no hay otra política posible, recortan todo, menos los hilos que les mueven. Ésa es la la desconfianza que se muestra: la sospecha de que más que ineptos, son cómplices. Algunos, alevósamente cómplices, colaboracionistas convencidos o asimilados que saben perfectamente lo que hacen. El problema es que esa quiebra de confianza nos pone entre lo malo y lo peor: o esos políticos reprochados o los tecnócratas del propio sistema.
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