Durante años el grueso del dinero estaba en las desorbitadas plusvalías (seguramente no todas en A) de la especulación inmobiliaria, eso que se llamó la inversión en el ladrillo. Pero eso se acabó. La burbuja explotó como en el cuento del lobo, después de no sé cuántos avisos en falso porque nunca su cumplían. Hasta que llegó, claro, de la mano de la crisis financiera de 2008 que se fue transformando en crisis económica general (de producción, de consumo, etc.) e institucional (y social) y que aún padecemos.
Mientras el mediano capital ha forzado las reformas del mercado laboral hasta desprotegerlo, precarizarlo y abaratarlo (y con ello se conformará), el gran capital -los mercados- necesitan para su propia subsistencia nichos donde recalar (y especular) para obtener los beneficios que le justifican como sistema y, acabado el ladrillo (como antes acabó la gran industria deslocalizándola), ha puesto sus ojos en las dos grandes bolsas de dinero que el Estado aún conserva: la sanidad y el sistema de pensiones (y la educación, pero sus cifras, en comparación, son solo calderilla). Y a por ellos van sin mucho disimulo y con el apoyo político del neoliberalismo, que parece que se lo ha tomado como su tarea fundamental.
Harán -ya están haciendo- todo lo posible por que esas enormes bolsas de capital pasen a manos privadas o al control privado, y con los falsos argumentos de la eficacia y de la sostenibilidad del sistema, reducirán servicios a los pacientes y gastos de personal y de material, en un caso, y, en el otro, forzarán que el sistema público de pensiones sea tan precario que necesite de planes privados (hasta que den con la fórmula para quedarse con todo el sistema o su control) que lo complementen. Que seamos conscientes de que no es casual lo que está ocurriendo y de que no pararán hasta conseguirlo ahora que ven claramente que no tienen ni obstáculos, ni resistencias. ¿Será así?
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