Al invisible Rajoy no le ha ido mal su estrategia de dejar que las cosas se pudran solas. De hecho, le ha servido para llegar a la Presidencia del Gobierno cuando tanto desde dentro de su partido como desde fuera se le daba por políticamente acabado, como seguro que todos recordamos (cadáver político, era la expresión). Y hasta ahora tampoco le ha ido mal su estrategia de quitarse de encima a quienes podían ponerle piedras en el camino. Hasta ahora, digo, porque ahora está Bárcenas en la cárcel y contando cosas al juez, y está Cascos citado a declarar el día trece en ese mismo juzgado. Vaya regalo que podría hacernos Cascos en el día de mi cumpleaños.
Por eso supongo que a 24 horas de su comparecencia en el Congreso de los Diputados (aunque en la sala del Senado) ya habrá entendido el invisible que lo tiene complicado, muy complicado, porque todas sus estrategias se le pueden venir abajo dentro de trece días si a Cascos (que seguramente no está muy contento de cómo se le ha tratado en su PP, a él que en su día fue Secretario General -General/Secretario, como acertadamente bromeaban sus compañeros-) se le ocurre contar cosas, prescritas ya judicialmente, pero demoledoras políticamente para Rajoy (en aquellos años ministro de Aznar). O sea, que el mismo día que miles de ciudadanos se dirigen hacia las playas soleadas, el invisible puede sospechar que, en pocos días, en el cantábrico el mar esté para él más que revuelto y con negros nubarrones.
Como no es esperable que reconozca la financiación ilegal, ni los sobornos, ni nada de lo que el ex tesorero Bárcenas tiene anotado en esa contabilidad B, ni mucho menos que dimita y deje a su Vicepresidentita en el cargo (ella, que no aparece en los papeles), probablemente se agarrará Rajoy a las supuestas señales positivas de la economía, y su discurso girará sobre que eso es lo que de verdad importa a los ciudadanos (aplausos desmedidos de la mayoría soberbia de la bancada popular). Y si es así, la oposición tendrá que recordarle que precisamente por eso es muy importante que gobierne gente honrada (voces sueltas, algún insulto, jaleo). Y a esperar a ver qué pasa el día trece.