En 1875 Manuel Orovio era Ministro de Fomento que incluía entonces la Instrucción Pública, o sea, lo que hoy entendemos como Ministerio de Educación. Aristócrata católico, escandalizado por la libertad de cátedra en la Universidad, en vigor desde 1868, y defensor fiel de la monarquía (y del monarca, Alfonso XII) promovió un Real Decreto y firmó una conocidísima Circular, prohibiendo cualquier enseñanza contraria a la fe católica y a la monarquía, que, más allá, terminó con la expulsión de sus cátedras de Nicolás Salmerón, Giner de los Ríos, Gumersindo Azcárate, etc. (y la dimisión solidaria de Castelar, Montero Ríos, etc.). La Circular fue derogada en 1881, cuando ya todos conocían al ultracatólico ministro como el ministro Oprobio.
En octubre de 1973 yo debería haber comenzado mi primer curso en la Facultad de Filosofía de la Autónoma de Madrid, pero lo comencé en enero de 1974. No porque yo quisiera, sino porque en junio del 73 fue nombrado ministro de Educación y Ciencia el Rector de la UAM, y catedrático de cristalografía, Julio Rodríguez, hombre piadoso y fiel al régimen del dictador. Seis meses después de ser nombrado, en enero del 74, fue cesado. El rumor decía que porque había sido nombrado por error (el candidato, decía el rumor, era el Rector, pero de la Complutense, Muñoz Alonso, y no éste), pero sin duda que algo debió pesar en su cese que fuese quien impuso el calendario juliano, que me toco vivir: ajustar el año académico al año natural, de manera que el curso empezara en enero -como así ocurrió- y terminara en diciembre -como no ocurrió, porque una vez cesado se volvió al calendario tradicional y el curso acabó en junio-. La ocurrencia a él le costó el sillón y a nosotros un trimestre.
Y como no hay dos sin tres, ahora gozamos de los talentos del ministro peor valorado del Gobierno, el del 1,76 (a la espera de saber qué nota ha sacado en junio), el tertuliano que ahora dice que cuando deje el ministerio de educación no seguirá en política, como si los prejuicios de barrio y el olor a sacristía de parroquia tuvieran algo que ver con la política (con la política en serio, quiero decir). Se queja el que todavía sigue en política -no, a día de hoy aún no le ha cesado el invisible Rajoy- de que en los últimos tiempos ha dedicado el 60% de su tiempo a deshacer prejuicios, malinterpretaciones y desconocimientos, pero resulta que no se refiere a los suyos. Vaya.
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