Son tres,
desde mi punto de vista, las causas del deterioro político que estamos
viviendo: 1) las consecuencias económico-sociales de la crisis económica y
financiera internacional -particularmente dura en el sur de Europa-; 2) la
corrupción de políticos y empresarios que se han lucrado
saqueando dinero público de las Instituciones del Estado -de Ayuntamientos, de Diputaciones, de Gobiernos
Autonómicos, de Empresas Públicas, etc.-; y 3) el mal funcionamiento, por
desgaste, de los cuatro consensos constitucionales del 78: la Forma del Estado
-ni Monarquía tradicional, ni República: Monarquía Parlamentaria-, la División
y Administración Territorial -ni Estado Centralista ni Estado Federal: Estado
Autonómico-, el sistema económico -ni capitalismo desregulado, ni economía planificada:
economía social de mercado- y las relaciones con la Iglesia Católica -ni Estado
Confesional, ni Estado Laico: Estado Aconfesional-, todos ellos cuestionados
hoy desde posturas radicalmente opuestas y que ponen en entredicho el valor actual de la Constitución.
Que las recetas
para salir de la crisis sean los recortes sociales, la precariedad laboral y el
empobrecimiento general de los ciudadanos inevitablemente provoca indignación
general y profundo rechazo de quienes toman esas decisiones o las consienten.
Más cuando cada día salta un nuevo escándalo de corrupción que los propios
partidos tratan de tapar. Y más aún cuando se tiene entre los ciudadanos el
convencimiento de que a los responsables de toda esa corrupción no les pasará
nada de nada, como hasta ahora ha venido ocurriendo. Por eso la sensación de
agotamiento del sistema que nos dimos hace 35 años es cada día más evidente.
Parecería lo
más conveniente que una situación así debiera resolverse con una reforma
profunda de la Constitución o, más allá, con la apertura de un proceso
constituyente y la redacción de una nueva Constitución. Y, sin embargo, eso no
parece posible hoy por hoy, porque ninguno de los actores políticos tienen hoy
la generosidad que se necesitaría –como sí la hubo en el 78-. Solo un vuelco
radical en el statu quo -bien
por una crisis política y social insostenible, bien por un estrepitoso fracaso
electoral del bipartidismo, bien por todo ello- lo haría posible. Y aún así, es
seguro que quedaríamos en libertad
vigilada, o sea, bajo el control atento de los neoliberales que realmente
mandan en Europa. Me temo que por ahora no hay salida.
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