Hace siglo y cuarto Nietzsche olfateó que el resentimiento es la consecuencia de la impotencia de quienes, vapuleados por los poderosos, no pueden responderles ni enfrentarse. Y sobre ese resentimiento se construyó la moral judeocristiana, según él. Creo, sin embargo, que solo olió la mitad del asunto, porque el resentido -frustrado por consciente de su impotencia y su cobardía- termina aliándose con el poderoso y descarga su ira contra quienes cree que son más débiles que él mismo: niños, mujeres, homosexuales, negros, discapacitados o quienes sean. Esa es la cobardía más miserable, la miseria de los más cobardes. Y esa es la esencia más íntima del fascismo, lo que le hace ser lo que es.
Machismo, racismo, homofobia, xenofobia son las caras que muestra ese fascismo cobarde que poco a poco va asomando las orejas de nuevo en Europa. En Grecia, los matones racistas de Amanecer Dorado, tan cerquita siempre de la policía; en Italia, los ultranacionalistas de Fuerza Nueva o de La liga Norte, acosando a la ministra de Integración, llamándola chimpancé o tirándola plátanos o preguntando si no habría alguien que la viole; en la republicana Francia, el Alcalde de Cholet diciendo que quizá Hitler no mató suficientes gitanos. Y tantos otros ejemplos nauseabundos.
Ojo Europa que cuando la crisis se apodera de todo, los fascistas sacan a pasear sus armas, las ideológicas primero y tarde o temprano las otras.
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