Si no fuera dramático, podría ser un mal chiste de Martes y Trece el de la ministra de Empleo (no, no es una ironía, es que el ministerio se llama así, por paradójico que parezca, de Empleo y Seguridad Social), la piadosa Fátima Báñez, que ha dicho que gracias a la reforma [laboral de 2012 -la que hizo el gobierno del invisible Rajoy-] el número de parados sube 57.000 al mes, [mientras que] antes lo hacía en 70.000. Y se ha quedado tan ancha. Pues gracias, muchas gracias, pero maldita la gracia de que cada mes 57.000 trabajadores se vayan a la puta calle y con la certeza de que en un futuro próximo no encontrarán trabajo, ni malo ni pésimo.
Y más cosas ha dicho la ministra de Empleo igual de sabrosas. Por ejemplo, que su reforma ha flexibilizado el mercado laboral para preparar las bases de la competitividad proporcionando alternativas al despido. Se refiere la piadosa ministra a bajadas de salario, reducciones de jornada unidas a reducciones de salario, suspensiones temporales de contratos, etc. Medidas, todas ellas, que favorecen a los trabajadores, como es evidente, haciéndoles más competitivos porque la competitividad, como todo el mundo sabe, va unida a los salarios de miseria y no a la inversión en I+D+i (de la emigración del talento -sobre todo joven- no habla la ministra, claro).
A esta ministra de Empleo, ay, y Seguridad Social, que tiene a las espaldas casi seis millones de parados, que pidió sensibilidad para aplicar esta reforma laboral que ahora alaba -en lugar de haberla hecho más sensible en la redacción-, a la piadosa Báñez, digo, al final se le calentó la boca y se confesó: una reforma laboral no puede pretender crear empleo en un contexto de dura recesión, ha dicho. O sea, que reconoce que pretendían otra cosa. Por eso están tan sobrados y tan contentos en privado.
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