lunes, 15 de abril de 2013

NI NOSTALGIA NI RESENTIMIENTO

No me divierte nada la nostalgia, porque nunca pensé que lo mejor fuese el pasado, sino lo porvenir. Lo pasado, pasado está, vivido está, gozado o sufrido está. Queda en la memoria (siempre tan selectiva y tan creativa) y, si hay suerte, en la sabiduría de la experiencia, pero está pasado. 

Y menos aún tengo nostalgia de lo que no me gustó nada de nada: los años grises (¡y tanto!) de la dictadura en aquella España nacionalcatólica en la que todo era sospechoso, todo era pecado, todo sucio. Podrá alguno sentir nostalgia de aquellos años de juventud antifranquista. Yo no. Preferiría que no hubieran ocurrido, que no hubiera habido dictadura, ni dictador, ni nacionalcatolicismo rancio. Así que está bien donde está: en el archivo basura de mi memoria.

Tampoco creo estar resentido, si por resentimiento entendemos algo así como un ánimo de venganza, un rencor, un pesar permanente por un dolor no devuelto. De Nietzsche aprendí, entre otras cosas, que el resentimiento (así entendido) es castrador (psicológica y metafóricamente hablando, claro), así que procuré dejarlo fuera de mí. Políticamente no estoy resentido, creo yo, sino en todo caso indignado por lo que me parecen injusticias. Y sí tengo un humeano sentimiento de simpatía -de pathos común- por la felicidad y la emancipación del género humano.

Cuando reivindico la constitución de una República, no lo hago ni por nostalgia de las otras dos anteriores (particularmente de la segunda), ni por resentimiento hacia los vencedores para hacerles pagar el daño causado. No. La reivindico para el futuro, para que quienes vienen detrás de nosotros tengan una vida mejor y considero mejor un sistema republicano que una monarquía parlamentaria -disfrazada de republicanismo-. Aunque tal y como están las cosas, con este liberalismo nostálgico y resentido en plena expansión por el mundo, vestido de neoliberalismo, me temo que vivirán peor.

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