jueves, 18 de abril de 2013

OPCIONES ESPIRITUALES *

[El artículo es antiguo, de septiembre de 2009, pero he querido recuperarlo al hilo de las permanentes injerencias de la Conferencia Episcopal para que se legisle para todos con los criterios de algunos (de ellos), sean muchos o pocos. Raztinger dijo lo que dijo, pero a la vista está que no le hicieron ni caso -en esto-. A ver qué hace y dice en estos asuntos el jesuita argentino]

Los humanos somos animales raros. En vez de nacer dotados con las destrezas necesarias para sobrevivir, nacemos desvalidos y prácticamente inútiles, desajustados permanentemente con el medio en que vivimos. La inteligencia en todas sus dimensiones (de comprensión, de análisis, de anticipación, de suposición, de resolución de problemas, etc.) es la que nos ha permitido, y nos permite, transformar y habitar el mundo haciéndolo propio.

Entre esas capacidades raras, los humanos tenemos la de creer. Creer es dar por cierto algo que no sabemos con seguridad, pero que nos parece tan verosímil y probable que estamos persuadidos de ello. No sabemos con certeza, por ejemplo, si mañana viviremos o no, pero vivimos como si fuera cierto que mañana estaremos vivos. Y entre las innumerables cosas que creemos hay una de especial complejidad y rareza: la creencia en lo divino (entendido como lo supremo al hombre, en cualquiera de sus formas). Desde el panteísmo (todo es dios / dios es todo) hasta el ateísmo (no hay dios) son muchas las formas en las que los humanos expresamos esa creencia: animismos, politeísmos, monoteísmos, agnosticismos, ateísmos, etc.

Todas éstas son, a fin de cuentas, expresiones de las diferentes opciones espirituales que los humanos tenemos. Ninguna de ellas cuenta con el apoyo irrefutable de la prueba, y todas ellas dan por cierto aquello en lo que creen: que las cosas son dioses, que los dioses son distintos de las cosas, que sólo hay un dios, que no hay juicio posible sobre lo divino, o que no hay ningún dios.

Los humanos, probablemente por el desvalimiento con que nacemos, nos agrupamos y vivimos en comunidad. Y nos organizamos para vivir en ella. Tanto, que Aristóteles (en su Politeía, 1253ª14) escribió que el que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la polis [de la comunidad organizada], sino una bestia o un dios. O sea, que en esa comunidad inevitablemente estamos todos, sea la que sea nuestra opción espiritual, y aún antes de tenerla.

El laos es esa comunidad anterior, esa agrupación de humanos antes de cualquier división, antes de cualquier ordenamiento particular y, en ese sentido, común a todos y neutral con todos. Y ese es exactamente el sentido del laicismo: la comunidad de todos neutral con todas las opciones espirituales. Claro que habitualmente se expresa ese laicismo como la separación y la no injerencia mutua del Estado y la Iglesia, pero es algo más que eso: es la neutralidad del Estado en lo que concierne a las opciones espirituales de los ciudadanos.

El Sr. Ratzinger, en su Carta-encíclica Deus caritas est (Palabra, 2006, pág.58) parece entender bien la cuestión cuando dice: La iglesia no puede emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. (…) La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. Por supuesto que exhorta a los creyentes en su misma fe para que intervengan en esa política: Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública (pág.60).

Si la laicidad positiva (o abierta) de la que ha hablado en París el Sr. Ratzinger es ésa, bienvenida sea: que los creyentes de cualquier opción participen en la vida pública en primera persona (yo, uno mismo), como ciudadanos y que la Institución no intente sustituir al Estado. Cuando la Conferencia Episcopal (o los Cardenales u Obispos particularmente) afirman que los Parlamentos (las únicas Instituciones del Estado legitimadas para legislar) no pueden legislar sobre tal o cual asunto porque atenta contra la  moral natural están intentando sustituir al Estado. Podrán decir, como ciudadanos, que tal ley es mala, o que atenta contra los principios de su moral, pero no que el Parlamento no puede legislarlo. El Sr. Ratzinger (más agustiniano que tomista –y por ello más platónico que aristotélico-) sabe bien que en la Ciudad de dios también habitan miembros activos de la Ciudad de los hombres.

* Publicado en ElPlural.com. Opinión. Vaca Multicolor. 16.09.2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario