Cuando ya es evidente para todos que las instituciones, la economía, el trabajo, los derechos, las prestaciones sociales, etc. están en plena descomposición, es inevitable la reacción de los ciudadanos: el malestar, la indignación, la protesta, las acciones directas. Cuando todos vamos sufriendo las consecuencias perversas de un sistema económico voraz y unas políticas pensadas para proteger al sistema y no a los ciudadanos, no es es difícil solidarizarse unos con otros. De ahí todos esos movimientos sociales espontáneos que han surgido y van surgiendo: el 15M, el 25S, las mareas de todos los colores, las plataformas de firmas, la PAH, etc.
El sistema, el fundamentalismo neoliberal, sin embargo y pese a toda esa oposición -pese a todo ese daño que causa- apenas se resiente y sigue con sus políticas de recortes de derechos, de libertades, de prestaciones, de sueldos, etc. Cierto que los gobiernos -los Estados que gobiernan esos gobiernos- tienen bajo su mando las fuerzas que pueden intimidar a los ciudadanos y reprimir las protestas, hasta incluso llegar al estado de excepción (esas son las notas características del Estado: el monopolio del uso de la fuerza y de la excepción). Lo primero lo vemos todos los días con la buro-represión; lo segundo, lo acabamos de ver en el corralito en Chipre, por ejemplo.
La debilidad de los movimientos sociales, creo, está en que el descrédito generalizado de la política y de los políticos, tácitamente les impide organizarse con la eficacia y la fuerza que serían necesarias para oponerse al sistema y sus políticas. En el no (en el rechazo a lo que nos daña), es fácil coincidir; lo difícil es coincidir en el sí (en las propuestas comunes para enfrentarse a ese daño). Y más aún cuando todo lo que huela a organización política (asociación, partido, coalición, etc.) es rechazado sin contemplaciones porque resulta sospechoso.
Cierto que tales movimientos siguen organizándose con una ejemplaridad democrática envidiable, pero igual de cierto es que los resultados de sus acciones son muy modestos. Y muy cierto que el sistema está sabiendo aprovecharse de esa debilidad: la conciencia del daño que tienen estos movimientos no está generando aún (si acaso alguna vez lo haga) la conciencia de clase necesaria.
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