Elena Valenciano, vicesecretaria general del PSOE, ha dicho en Canal Sur Radio que el pacto PSOE-IU para gobernar en Andalucía podría ser una fórmula extrapolable a todo el Estado. La fórmula, en abstracto, es perfectamente viable, pero no está claro que lo sea en la situación concreta actual.
Estoy seguro de que Valenciano, igual que todos los demás dirigentes del PSOE actual, sabe perfectamente que hoy por hoy el descrédito ante los ciudadanos en general y la pérdida de confianza entre los votantes socialistas es brutal. Tanto, que ya es lugar común en las manifestaciones y en los comentarios la identificación del PSOE con la derecha, con el PP: pesoe y pepé, la misma mierda es, se corea. Tanto, que da la impresión de que la sangría de votos aún no ha tocado suelo y cada cita electoral que ha habido desde 2011 y casi cada encuesta desde entonces muestran un continuo descenso, que parece imparable.
Sería estúpido entender que eso se debe a un único motivo: a Zapatero, a la crisis, a Rubalcaba, etc. Más parece que la situación de crisis profunda que vive hoy el PSOE se debe a un conjunto de causas bien entrelazadas: el desconcierto entre los votantes socialistas desde aquel mayo de 2010 y la deriva de Zapatero hacia la ortodoxia neoliberal exigida por el eurogrupo; el goteo de casos de corrupción y corruptelas que afectan a socialistas relevantes sin que el partido tome medidas serias; la insistencia del PP (y su prensa amiga -practicamente toda-) culpabilizando de todos los males al zapaterismo, que ha calado en la gente (y los mensajes machaconamente repetidos: hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, etc.); y la indefinición ideológica que últimamente evidencia el partido: oposición responsable (que pide pactos con el PP) / oposición dura (pidiendo la dimisión de Rajoy y de nos sé cuántos de sus ministros), federalismo (aún teórico y sin definir orgánicamente) / españolismo (que se escandaliza con las propuestas del PSC y hasta pone en peligro las relaciones mutuas), conferencias políticas para definir un proyecto nuevo / oposición a nuevas estructuras y proyectos (en Madrid, en Cataluña, en Galicia...), etc.
Y sería igualmente estúpido entender que la solución es también única, porque no bastará con hacer ese nuevo proyecto, ni con mantener a Rubalcaba y a su equipo, ni cambiar la Secretaría General por un afín (Pachi López, por ejemplo) o por una alternativa (Chacón o un barón territorial), ni...
En el XXVIII Congreso, en 1979, González cambió radicalmente el rumbo del partido: hay que ser socialistas antes que marxistas, dijo entonces, y es un buen resumen de ese nuevo rumbo que, acercándose a las tesis liberales -a veces confundiéndose con ellas-, funcionó entonces perfectamente para los fines buscados (se ganaron las elecciones y se gobernó durante 13 años), pero que cualquier analista hoy entiende que ya no funciona ni seguramente puede funcionar: el liberalismo se ha revestido de neoliberalismo porque ya no tiene rival (ni político, ni económico, ni social) que le frene.
Que es necesario dar al PSOE un vuelco ideológico que le permita enfrentarse al neoliberalismo parece evidente; que debería volver a sus orígenes (como el liberalismo ha vuelto a los suyos) parece lógico. O sea, volver a la izquierda, al pablismo, al obrerismo, a la lucha contra toda explotación. O sea, a un socialismo nítidamente definido y ejercido allá donde se gobierne y allá donde se haga oposición. Y aguantar con humildad -y con rigor- hasta que la gente recupere la confianza, que no será ni mañana ni pasado.
La fórmula que dice Valenciano es válida, sin duda, pero no es esperable que IU la aceptase porque sabe que pondría en peligro la confianza y la ilusión que está generando en muchos de los socialistas que votaban al PSOE.
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