Desde mediados del siglo pasado y, especialmente, desde la
caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 (y la posterior debacle del comunismo de la Unión
Soviética y sus aliados europeos –eso que se llamó “socialismo real”-) los
partidos socialistas europeos (el socialismo no comunista y democrático) poco a
poco han ido abandonando su promesa de emancipación de las clases trabajadoras,
al tiempo que el liberalismo económico se ha presentado como la única vía
posible y eficaz que ofrecía la promesa de bienestar y desarrollo para todos.
En Alemania, en Francia, en Italia, en España, etc. los
partidos socialistas fueron pragmáticamente aceptando la realidad de los hechos
y renunciando a una parte sustancial de lo que habían sido sus propias señas:
el marxismo como método de análisis de las relaciones económicas, la lucha de
clases, el internacionalismo, el hermanamiento sindical, el rechazo de la
política de bloques y la guerra fría (y sus organizaciones militares correspondientes),
etc. La lucha contra la explotación de los hombres y a favor de la
emancipación, quedaban en segundo plano, seducidos por el bienestar.
Así, el liberalismo más descarnado (o el neoliberalismo), como
promotor del desarrollo de un mercado que desea la total desregulación y el
Estado mínimo, y la socialdemocracia, como administradora de los derechos
sociales que pretenden nivelar las desigualdades a través de la intervención
del Estado, han venido siendo las dos patas del capitalismo de todos estos
años.
La grave crisis económica y financiera mundial actual está
poniendo en entredicho tanto el desarrollo de la riqueza como la cobertura
social de los menos favorecidos, y vemos cómo, a la vez, mientras se piden ayudas
estatales para bancos e industrias, se proponen recortes sociales y
abaratamiento de costes producción (sea despido libre, sea congelación de
salarios, sean paros temporales, etc.): inyecciones para el capital y los
medios de producción y bisturí para las clases trabajadoras.
La promesa liberal de bienestar, pues, se subordina ahora a
la recuperación económica y la recuperación a los recortes sociales: hambre
para hoy a cambio de pan para mañana. Y los partidos socialistas (ya
socialdemócratas), mientras, ponen el acento de la emancipación en la cobertura
social (subsidios de paro, ayudas, moratorias, etc.) y la expansión de derechos
ciudadanos a través del endeudamiento. O sea, que parece que ni unos ni otros
tienen la menor intención de pensar y hacer un sistema distinto al actual, más
allá de las reformas puntuales y “convenientes” para salir de la crisis.
Es cierto que seguramente nunca Occidente ha vivido con
tanta riqueza como hasta ahora. Tan cierto como que esa riqueza se ha sostenido
(y se sostiene) sobre la pobreza de otros, dentro y fuera del sistema. Tan
cierto como que Occidente goza de su opulencia mirando hacia otro lado para no
ver la miseria a su alrededor.
Puede que haya llegado el momento de que los partidos
socialistas europeos recuperen de su propia tradición la noble aspiración de
acabar con toda explotación y renueven su promesa de emancipación. Puede que
haya llegado el momento de hacer ver que el capitalismo no es la única fórmula
posible y desandar el camino del pragmatismo. A fin de cuentas, la vida es breve, pero la historia es
larga.
* El artículo es de hace casi
cuatro años, de finales de marzo de 2009. y se publicó en ElPlural.com. el 23.03.2009. Tanto el análisis, como el
diagnóstico y la propuesta me siguen pareciendo perfectamente actuales.
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