Los abusos del liberalismo capitalista del siglo XIX
inevitablemente fueron contestados, sobre todo en Europa, por los movimientos
obreros, entonces de carácter eminentemente revolucionario. El llamado Pacto
Socialdemócrata de la segunda mitad del siglo pasado, por el que a cambio
de que los movimientos obreros (y los partidos
democráticos de izquierda) no cuestionaran las bases del capitalismo,
los Estados capitalistas se comprometían a asumir la protección social de los
trabajadores (sanidad, educación, subsidios, etc.), posibilitó la paz social y
lo que se ha venido llamando Estado del
Bienestar (o el Estado social y democrático de Derecho, como aparece en
nuestra Constitución).
El hundimiento de los sistemas comunistas de la Europa del
Este desde noviembre del 89 dejó al liberalismo capitalista sin oponente
ideológico ni sistema alternativo, metaforizándose esa situación como pensamiento único o como fin de la historia: eso que la FAES y el
ideólogo Aznar llamaron liberalismo sin complejos. Desde entonces, y más intensamente tras la crisis financiera
y económica de estos últimos años, ese neoconservadurismo (o
ultraconservadurismo o neoliberalismo) ha venido atacando sistemáticamente todo
el entramado del Estado de Bienestar en aras de la desregulación económica y
del mercado libre: flexibilización de
lo que ellos mismos llaman sin pudor mercado
de trabajo (presentando al trabajo y al trabajador como mercancías), abaratamiento de los
despidos, endurecimiento de las condiciones para obtener subsidios,
privatización de los servicios públicos (camuflada bajo la fórmula de la gestión indirecta), recortes sociales,
retraso de la edad de jubilación, etc.
Dña. Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad de
Madrid, siguiendo esa estela neoconservadora y fiel a la ortodoxia liberal (como ella misma ha dicho), que ha reducido el
número de profesores y maestros de la enseñanza pública para este curso
académico (en torno a 1500 profesores y 1000 maestros menos), ahora se propone
disminuir la fuerza de los sindicatos (herederos de aquellos movimientos
obreros a los que en parte debemos el bienestar logrado) y restringir el
derecho a la huelga de los trabajadores (al tiempo que la CEOE pide que se
elimine la negociación colectiva).
Marx entendió bien que sin conciencia de clase de los trabajadores no era posible frenar al
capitalismo. Hoy en Europa (y en España igualmente) apenas hay alguien que se
viva como clase trabajadora, como obrero, por muy explotado que esté. Al
contrario, parece que todos queremos entendernos como clase media que consume y
vive libremente pese a estar hipotecados, ser mileuristas o estar desempleados. A ese falseamiento Marx lo
llamaba alienación (pérdida de identidad,
vivir una vida no real).
Curiosamente, mucha de esa clase media aplaude los recortes sociales
y se deleita con la eliminación de empleo público y el acoso a los sindicatos,
como si la causa de su explotación fuese el Estado y no el capitalismo descarnado.
Quizá por eso la Sra. Aguirre no tiene reparo en decir que la crisis que
vivimos la ha causado la falacia
Keynesiana y no la ambición siempre desmedida del capitalismo financiero
desregulado.
Si esto sigue así, me temo que mis hijas vivirán una Europa
más parecida a la que vivió mi abuelo durante el primer tercio del siglo XX que
a la que he vivido yo. Y no me gusta.
* Publicado en ElPlural.com. Opinión. 17.09.2010
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