sábado, 2 de marzo de 2013

EL PACTO SOCIALDEMÓCRATA *

La práctica universalización de la llamada economía de mercado (eso que antes se llamaba capitalismo) sin duda ha aportado grandes avances y beneficios en muchas sociedades durante los dos últimos siglos: desarrollo y bienestar económicos, sociales, tecnológicos, culturales, etc. Poco a poco, sociedades desde esos puntos de vista atrasadas, se han ido incorporando al sistema económico imperante y han ido resolviendo o reduciendo tal retraso.

En Europa el pacto socialdemócrata (inicialmente en los países del centro y del norte) a partir de la segunda mitad del siglo pasado nos llevó al llamado Estado del Bienestar (o Estado Social y Democrático de Derecho): a cambio de no cuestionar las bases del sistema de libre mercado y de mantener la paz social, los Estados capitalistas asumían la tarea de garantizar la protección social (sanidad, educación, subsidios, etc.) de los ciudadanos. El resultado fue un altísimo nivel de desarrollo y de protección social que en España llega con claridad solo a partir de nuestra incorporación a la Unión Europea (de la misma manera que en la Europa del Este se ha producido desde la caída del muro en noviembre del 89 y las sucesivas incorporaciones de algunos países a la Unión).

Durante estos años de desarrollo, el mundo capitalista y desarrollado, sin embargo, ha mirado para otro lado sistemáticamente para no ver el hambre, la pobreza y la miseria que el propio sistema provoca en una enorme parte de la población mundial. Y frecuentemente se ha culpabilizado a esa misma gente de estar en la situación que están (por no modernizar su sistema económico, por tener gobiernos corruptos, por su ineficacia e ineptitud). Curiosamente, cuando parte de esa población antes marginada del sistema se ha empezado a incorporar a él (esas sociedades que hoy llaman economías emergentes), el propio sistema se resiente: subidas disparatadas de carburantes, servicios y alimentos, restricción del crédito, problemas financieros, etc. De forma que no es muy difícil de entender que el propio sistema capitalista se resiente cuando los pobres dejan de serlo (o empiezan a dejar de serlo).

Los gobiernos liberales (o neoliberales, o ultraliberales, o conservadores, o neoconservadores –los neocon-) no han tardado en proponer sus recetas para superar cuanto antes de la nueva situación: adelgazar al máximo al Estado; menos impuestos y, consiguientemente, menos gasto social, menos protección, más competitividad (que el mercado regule). O, lo que es lo mismo, volver a los orígenes: que la base sea, cada vez más, la propiedad y la iniciativa privadas (enmascaradas a veces como gestión privada de los recursos del Estado, o como gestión indirecta).

Se suma a todo el embrollo el fenómeno de la inmigración masiva de las personas que buscan una vida mejor en las sociedades desarrolladas, y, ya instalados en ellas, trabajando y contribuyendo, reciben los beneficios de la protección social. Y los gobiernos liberales de nuevo responden: más trabas a la inmigración, menos cobertura social, horario laboral más largo, etc.

Si, como parece, el liberalismo está cuestionando aquel pacto socialdemócrata, seguramente será sensato que la izquierda también lo cuestione. Si hoy se pone en entredicho la protección social del Estado, quizá sea oportuno poner en solfa los pilares de la economía de mercado y subrayar las contradicciones del sistema. La historia es muy larga. Y el pensamiento único, por más extendido que pueda estar, por inimaginable que pueda resultarnos otro distinto, no es único. La izquierda tendrá algo que decir.

* Recupero el artículo, que es de mayo de 2011, porque apenas abría que cambiar un par de frases para que fuese completamente actual. Entonces quedó inédito.

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